lunes, 13 de noviembre de 2017

Don Juan Manuel




Escucha los cinco cuentos de El conde Lucanor de esta 
presentación y luego haz estos ejercicios 


Pincha en el enlace y lee las tres versiones con mucha atención. Compáralas. ¿Qué parecidos o diferencias observas?

  1.                  Resume brevemente el argumento de este ejemplo.
  2.                   Explica el tema principal del cuento.
  3.                    Explica el sentido de los versos finales del ejemplo.
  4.                    La estructura de este cuento también tiene tres partes. Intenta delimitarlas y explica qué contenido corresponde a cada una de ellas.
  5.         Dime cuáles son los temas de este cuento y cuál crees que es el concepto del matrimonio y del papel de la mujer en la familia y en la sociedad para Don Juan Manuel.
  6.                  El ejemplo que explica Patronio tiene dos finales y de cada uno de ellos se extrae una “lección”. Coméntalos y explícame las moralejas.
  7.          En este ejemplo, Don Juan Manuel logra crear una atmósfera de tensión. Intenta describir los recursos con los que la consigue.



  1.                       Los pícaros son típicos de la cultura de muchas sociedades.  En muchos casos, los pícaros viven bajo circunstancias muy adversas, pero usan su inteligencia para mejorar sus vidas.  ¿Es posible justificar el engaño que practican los pícaros?
  2.                           ¿Qué virtud maravillosa tenía la tela?
  3.           Como todos los timadores, los burladores del cuento tienen éxito porque se aprovechan de los defectos ajenos, o, en este caso de los prejuicios y leyes sociales. ¿Qué “pecados” y circunstancias sociales del rey moro y su corte permiten el engaño?
  4.                        ¿Cuál es la razón por la que el rey quiere hacerse con la tela? Sin embargo, ¿por qué se resiste a ir a verla?
  5.                        Cuando el rey sale desnudo a la calle, ¿por qué todo el mundo niega lo evidente? "O yo soy ciego o vos vais desnudo" ¿Por qué Don Juan Manuel le hace confesar la verdad a un “negro”?
  6.              Don Juan Manuel no inventa los cuentos, la mayor parte los obtiene de las colecciones de “exempla” que se ponen de moda en los siglos XIII y XIV para ofrecer educación moral al pueblo en su propia lengua. Estas colecciones provenían casi todas de la literatura clásica y de la oriental (árabe, hindú, persa...) y Don Juan Manuel las adapta a su intención literaria: dar consejos a los de su propia clase, la nobleza. El origen de este cuento es árabe y otros escritores lo reelaborarán: Cervantes en el entremés El retablo de las maravillas y Gracián en su Agudeza y arte de ingenio.



  1.             Resume muy brevemente el ejemplo.
  2.            ¿Por qué siguió al pobre que comía altramuces?
  3.       Interpreta el sentido de esta frase del cuento: «Y cuando esto vio el que comía los altramuces, se consoló, pues comprendió que había otro más pobre que él»
  4.        Interpreta el sentido de los versos finales. ¿Te parece que esta lección puede servir de consuelo?
  5.         ¿Para ilustrar el cuento, vale también el refrán "Mal de muchos, consuelo de tontos"? ¿O significa lo contrario?
  6.        Describe una situación de la vida cotidiana en la que tú crees que sería apropiado el consejo que se enseña en el cuento.
  7.          ¿Crees que los gobernantes de hoy también tienen consejeros? Justifica tu respuesta



1.- ¿Por qué el primer ciego se resiste a emprender el viaje?
2.- A juzgar por cómo acaba el cuento, ¿cuál de los dos tenía razón?
3.- ¿Qué enseñanza transmite el relato? ¿Podríamos decir que es una lección conservadora? ¿por qué?


Ø          Algunas situaciones, especialmente las relacionadas con el tema del honor, se resolvían en la Edad Media mediante las ordalías o «juicios de Dios». ¿Cómo se pueden defender hoy en día las mujeres ante casos de abusos, acoso o malos tratos?

Ø  ¿Por qué crees que la figura del consejero era tan importante en las tareas de gobierno durante la Edad Media? Razona la respuesta


Ø       Siguiendo la estructura de los ejemplos de El conde Lucanor, escribe un cuento ambientado en la actualidad y, al final, extrae de él una moraleja.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Horacio Quiroga: El almohadón de pluma

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Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.

Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró

insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció

desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.

-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el

dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.

-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

-¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.




Después de la lectura, contesta las siguientes preguntas:
4.1. ¿Cuál es la razón del título?
4.2. ¿Cuál es el tema de la narración?
4.3. Escribe un breve resumen del argumento con sus tres momentos (inicio, nudo y desenlace)
4.4. Describe los personajes del cuento
4.5. ¿Dónde suceden los hechos?
4.6. ¿En cuánto tiempo se desarrollan los hechos?

4.7. Redacta una valoración del relato.