viernes, 30 de diciembre de 2016

Gioconda Belli: REGLAS DE JUEGO PARA LOS HOMBRES QUE QUIERAN AMAR A LAS MUJERES



I
El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer lo que anida en mí,
la golondrina transparente de la ternura.
II
El hombre que me ame
no querrá poseerme como una mercancía,
ni exhibirme como un trofeo de caza,
sabrá estar a mi lado
con el mismo amor
con que yo estaré al lado suyo.
III
El amor del hombre que me ame
será fuerte como los árboles de ceibo,
protector y seguro como ellos,
limpio como una mañana de diciembre.
IV
El hombre que me ame
no dudará de mi sonrisa
ni temerá la abundancia de mi pelo,
respetará la tristeza, el silencio
y con caricias tocará mi vientre como guitarra
para que brote música y alegría
desde el fondo de mi cuerpo.
V
El hombre que me ame 
podrá encontrar en mí
la hamaca donde descansar
el pesado fardo de sus preocupaciones
la amiga con quien compartir sus íntimos secretos,
el lago donde flotar
sin miedo de que el ancla del compromiso
le impida volar cuando se le ocura ser pájaro.
VI
El hombre que me ame
hará poesía con su vida,
construyendo cada día
con la mirada puesta en el futuro.
VII
Por sobre todas las cosas,
el hombre que me ame
deberá amar al pueblo
no como una abstracta palabra
sacada de la manga,
sino como algo real, concreto,
ante quien rendir homenaje con acciones
y dar la vida si es necesario.
VIII
El hombre que me ame
reconocerá mi rostro en la trinchera,
rodilla en tierra me amará
mientras los dos disparamos juntos
contra el enemigo.
IX
El amor de mi hombre
no conocerá el miedo a la entrega,
ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento
en una plaza llena de multitudes.
Podrá gritar -te quiero-o hacer rótulos en lo alto de los edificios
proclamando su derecho a sentir
el más hermoso y humano de los sentimientos.
X
El amor de mi hombre
no le huirá a las cocinas,
ni a los pañales del hijo,
será como un viento fresco
llevándose entre nubes de sueño y de pasado,
las debilidades que, por siglos,
nos mantuvieron separados
como seres de distinta estatura.
XI
El amor de mi hombre
no querrá rotularme y etiquetarme,
me dará aire, espacio,
alimento para crecer y ser mejor,
como una Revolución
que hace de cada día
el comienzo de una nueva victoria.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Antonio Gala: Enemigo íntimo



Hay tardes en que todo
huele a enebro quemado
y a tierra prometida.
Tardes en que está cerca el mar y se oye
la voz que dice: “Ven”.
Pero algo nos retiene todavía
junto a los otros: el amor, el verbo
transitivo, con su pequeña garra
de lobezno o su esperanza apenas.
No ha llegado el momento. La partida
no puede improvisarse, porque sólo
al final de una savia prolongada,
de una pausada sangre,
brota la espiga desde
la simiente enterrada.

En esas largas
tardes en que se toca casi el mar
y su música, un poco
más y nos bastaría
cerrar los ojos para morir. Viene
de abajo la llamada, del lugar
donde se desmorona la apariencia
del fruto y sólo queda su dulzor.
Pero hemos de aguardar
un tiempo aún: más labios, más caricias,
el amor otra vez, la misma, porque
la vida y el amor transcurren juntos
o son quizá una sola
enfermedad mortal.

Hay tardes de domingo en que se sabe
que algo está consumándose entre el cálido
alborozo del mundo,
y en las que recostar sobre la hierba
la cabeza no es más que un tibio ensayo
de la muerte. Y está
bien todo entonces, y se ordena todo,
y una firme alegría nos inunda
de abril seguro. Vuelven
las estrellas el rostro hacia nosotros
para la despedida.
Dispone un hueco exacto
la tierra. Se percibe
el pulso azul del mar. “Esto era aquello”.
Con esmero el olvido ha principiado
su menuda tarea…

Y de repente
busca una boca nuestra boca, y unas
manos oprimen nuestras manos y hay
una amorosa voz
que nos dice: “Despierta.
Estoy yo aquí. Levántate”. Y vivimos

lunes, 26 de diciembre de 2016

Margaret Atwood: Penélope y las doce criadas (Cap. 22/29)


22
Helena se da un baño

Estaba paseando entre los asfódelos, reflexionando sobre el pasado, cuando vi acercarse a Helena. La seguía su habitual horda de espíritus masculinos, todos muy excitados. Ella ni siquiera los miraba, aunque evidentemente era consciente de su presencia. Mi prima siempre ha tenido un par de antenas invisibles que perciben hasta el más leve olorcillo a hombre.
-Hola, patita -me dijo con su proverbial tono afable y condescendiente-. Voy a darme un baño. ¿Te apetece venir?
-Ahora somos espíritus, Helena -repliqué, esforzándome por componer una sonrisa-. Los espíritus no tenemos cuerpo. No nos ensuciamos. No necesitamos bañarnos.
-Pero si cuando yo me bañaba siempre era por motivos espirituales -dijo Helena abriendo mucho sus preciosos ojos-. Lo encontraba tan relajante, en medio de tanta agitación ... No te puedes imaginar lo agotador que resulta tener a tantísimos hombres peleándose por ti, año tras año. La belleza divina es una carga tremenda. ¡Al menos tú te has ahorrado eso!
-¿ Vas a quitarte la túnica de espíritu? -pregunté sin hacer caso de la burla.
-Todos conocemos tu legendario pudor, Penélope -contestó-. Estoy segura de que si algún día te bañaras te dejarías puesta la túnica, como supongo que hacías cuando estabas viva. Por desgracia -añadió sonriendo-, el pudor no era uno de los dones que me concedió Afrodita, la amante de la risa. Prefiero bañarme sin túnica, aunque sea en forma de espíritu.
-Eso explica la extraordinaria multitud de admiradores que has atraído -,comenté lacónicamente.
-¿Extraordinaria multitud? -repitió ella arqueando las cejas con gesto de inocencia-. Pero si siempre me sigue un tropel de admiradores. Nunca los cuento. Tengo la sensación de que como murieron tantos por mí (bueno, por culpa mía), les debo algo.
-Aunque sólo sea un atisbo de lo que no lograron ver cuando vivían, ¿verdad?
-El deseo no muere con el cuerpo -replicó-. Sólo muere la capacidad de satisfacerlo. Pero echar un vistazo anima a esos pobrecitos.
-Les da un motivo para vivir -dije.
-Estás muy ocurrente -observó-. Mejor tarde que nunca, supongo.
-¿A qué te refieres? ¿A mi agudeza, o a tu baño en cueros como regalo para los muertos?
-¡Qué cínica eres! Que ya no estemos ... bueno, ya sabes, que ya no existamos no significa que tengamos que ser tan negativas. ¡Ni tan ... vulgares! Algunos somos generosos. A algunos nos gusta ayudar en lo posible a los menos afortunados.
-Así que lo que haces es limpiarte la sangre de las manos -dije-. En sentido figurado, por supuesto.
Ofrecer una compensación por todos aquellos cadáveres destrozados. No sabía que fueras capaz de sentirte culpable.
Eso la fastidió. Arrugó la frente y dijo:
-Dime, patita, ¿a cuántos hombres se cargó Odisea por tu culpa?
-A muchos -contesté.
Ella conocía el número exacto: siempre la había llenado de satisfacción que la cifra fuera insignificante comparada con las pirámides de cadáveres que se amontonaban a su puerta.
-Eso depende de lo que entiendas por «muchos » -puntualizó-. Pero me alegro. Estoy segura de que te sentiste más importante por eso. Quizá hasta te sentiste más guapa. -Sonrió sólo con los labios-. Bueno, tengo que irme, patita. Ya nos veremos. Disfruta de los asfódelos.
Y se alejó flotando, seguida de su embelesado séquito.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Gabriela Mistral: La bella durmiente (versión poética del cuento de Perrault)


Hace tantos, tantos años
que imposible es el contar,
que a dos reyes nació un día
una niña divinal.
Era linda, linda como
si no fuese de verdad;
era hermosa como un sueño
que de hermoso hace llorar.
Al bautizo de la Infanta
el rey quiso convidar
a las hadas, que reparten,
como harina, el bien y el mal…
Siete hadas se sentaron
al feliz banquete real.
Cada una de las siete
entregando fue al entrar
una rara maravilla
que traía en el morral.
Y una trajo la armonía,
otra la felicidad,
una el don de hacer la danza,
otra el don de hacerse amar,
una el de volverse pájaro,
otra el don de atravesar
las montañas y los mundos,
cual la abeja su panal.
En la mesa recibieron
para hincarlo en su manjar,
un cubierto de oro puro
con diamantes de cegar…
cuando apenas se sentaban,
golpeó otra comensal:
era una hada, vieja y fea,
con hocico de chacal.
Se sentó a la mesa y dijo:
—“Me olvidasteis como al Mal,
pero vine aquí a traeros
la genciana del pesar”.
“La princesa tendrá todo:
cielos, naves, tierra y mar,
pero un día entre sus manos
con un huso jugará.
y la dueña de la Tierra
con el huso más banal,
en el brazo de jazmines
se dará golpe mortal…”.
Las siete hadas se quedaron
blancas, blancas de ansiedad;
tembló el rey como una hierba
y la reina echó a llorar.
Las macetas sin un viento
todos vimos deshojar;
los manteles se rasgaron
y se puso negro el pan.
Pero un hada que era niña
levantó su fina voz:
era un hada pequeñita,
se llamaba Corazón.
—“Hada fea, turba-fiestas,
rompedora de canción,
nos quebraste la alegría,
y yo quiebro tu traición”.
“La princesa será herida,
más, por gracia del Señor,
va a dormirse por 100 años,
hasta la hora del amor”.
“Para que cuando despierte
no se llene de terror,
que se duerma el mundo todo
al callar su corazón…”.

El rey hizo que buscaran
entre lana y algodón,
cuantos husos estuvieran
hila que hila bajo el sol.
Recogieron tantos, tantos,
que una parva se vio alzar.
pero se quedó escondido
el de la Fatalidad.
Fue creciendo la princesa
más aguda que la sal,
más graciosa que los vientos
y tan viva como el mar…
La seguían 100 doncellas
como sigue al pavo real
el millón de ojos ardientes
de su cola sin igual.
La seguían por los ríos
si bajábase a bañar,
la seguían cual saetas
por el aire de cristal…
Ningún huso hilaba lana
en el reino nunca más.
Uno hilaba en el palacio,
invisible como el Mal.
-------
La princesa una mañana
en el techo oyó cantar,
y subió siguiendo el canto,
y llegando fue al desván.
Una vieja hilaba en suave
lana blanca, el negro Mal;
le pidió la niña el huso,
el de la Fatalidad.
La mordió como una víbora
en el brazo. Y no fue más…
La princesa cayó al suelo
para no volverse a alzar.
Acudió la corte entera
con rumor como de mar.
La pusieron en su lecho
y empezó el maravillar.

Se durmió la mesa regia,
se durmió el pavón real,
se durmió el jardín intacto,
con la fuente y el faisán;
Se durmieron los 100 músicos
y las arpas y el timbal:
se durmió la que lo cuenta,
como piedra y sin soñar…
Al salir de su palacio
el monarca, se durmió
todo el bosque palpitante
extendido alrededor.

Y pasaron los 100 años;
un rey y otro más subió.
La princesa se hizo cuento,
como el Pájaro hablador.
A aquel bosque negro, negro,
hombre ni ave penetró:
lo esquivó Caperucita
santiguándose de horror…

Va ahora un príncipe de caza
(todo rey es cazador).
Orillando pasa el bosque
que está mudo como un Dios.
Se desmonta tembloroso
y pregúntale a un pastor
lo que esconde el bosque erguido
con color de maldición.
Y el pastor le va contando
embriagado de ficción,
de la niña que ha 100 años
en su lecho se durmió.

Y entra el príncipe en la selva
que se entreabre, maternal…
Le detiene un alto muro
y lo logra derribar;
le detiene una honda estancia
de apretada obscuridad;
atraviesa la honda estancia,
toca un lecho, y busca más…
Y detiénele el prodigio
de la niña fantasmal.

Duerme blanca cual la escarcha
que se cuaja en el cristal:
duermen alma y cuerpo en ella:
derramada está la paz
en las sienes sin latido,
en la trenza sin tocar,
y en el párpado que cae,
puro sueño y suavidad…
Y él se inclina hacia el semblante
(ya ni puede respirar).
Y su boca besa la otra,
pálida de eternidad,
y las rosas de la vida
entreabriendo suaves van…
Y los párpados se alzan,
¡qué pesados de soñar!
y los labios desabrochan
y diciendo lentos van:
—¿Por qué tanto te tardaste,
¡oh mi príncipe! en llegar?
Con el beso despertándose
el palacio entero está:
se despierta la marmita
y comienza a gluglutear;
se despierta y va extendiendo
su abanico el pavo real;
se despiertan las macetas
con un blando cabecear;
se despiertan los corceles,
se les oye relinchar
y se uncen anhelantes
a carrozas de metal;
se despierta en torno el bosque,
como se despierta el mar;
se despiertan los 100 guardias,
y comienzan a llegar
las doncellas junto al lecho
con el ruido sin igual
con que gritan las gaviotas
cuando empieza a alborear…

La princesa le da al príncipe
de 100 años el amar,
las miradas de 100 años,
anchas de felicidad.
Y la mira y mira, el príncipe,
y no quiere más cerrar
sus dos ojos sobre el sueño
que se puede disipar.
Y las fiestas siguen, siguen;
son como una eternidad,
y ni ríndense las harpas,
y ni rómpese el timbal…

jueves, 22 de diciembre de 2016

Jorge Luis Borges: La dicha




El que abraza a su mujer es Adán. La mujer es Eva.
Todo sucede por primera vez.
He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la luna, pero
qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.
Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos.
Los tranquilos animales se acercan para que yo les diga su nombre.
Los libros de la biblioteca no tienen letras. Cuando los abro surgen.
Al hojear el atlas proyecto la forma de Sumatra.
El que prende un fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
En el espejo hay otro que acecha.
El que mira el mar ve a Inglaterra.
El que profiere un verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado la espada y la balanza.
Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan.
Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno.
El que desciende a un río desciende al Ganges.
El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio.
El que juega con un puñal presagia la muerte de César.
El que duerme es todos los hombres.
En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar.
Nada hay antiguo bajo el sol.
Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis palabras está inventándolas.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Robert Fischer: El caballero de la armadura oxidada (Cap. 2)



EN LOS BOSQUES DE MERLÍN

No fue tarea fácil encontrar el astuto mago. Había muchos bosques en los que buscar, pero sólo un Merlín. Así que el pobre caballero cabalgó día tras día, noche tras noche, debilitándose cada vez más.
Mientras cabalgaba en solitario a través de los bosques, el caballero se dio cuenta de que había muchas cosas que no sabía. Siempre había pensado que era muy listo, pero no se sentía tan listo ahora, intentando sobrevivir en los bosques.
De mala gana, se reconoció a sí mismo que no podía distinguir una baya venenosa de una comestible. Esto hacía del acto de comer una ruleta rusa. Beber no era menos complicado. El caballero intentó meter la cabeza en un arroyo, pero su yelmo se llenó de agua. Casi se ahoga dos veces. Por si eso fuera poco, estaba perdido desde que había entrado en el bosque. No sabía distinguir el norte del sur, ni el este del oeste. Por fortuna, su caballo sí lo sabía.
Después de meses de buscar en vano, el caballero estaba bastante desanimado. Aún no había encontrado a Merlín, a pesar de haber viajado muchas leguas. Lo que le hacía sentirse peor aún era que ni siquiera sabía cuánto era una legua. Una mañana, se despertó sintiéndose más débil de lo normal y un tanto peculiar. Aquella misma mañana encontró a Merlín. El caballero reconoció al mago enseguida. Estaba sentado en un árbol, vestido con una larga túnica blanca. Los animales del bosque estaban reunidos a su alrededor, y los pájaros descansaban en sus hombros y brazos.
El caballero movió la cabeza sombríamente de un lado a otro, haciendo que rechinase su armadura. ¿Cómo podían estos animales encontrar a Merlín con tanta facilidad cuando había sido tan difícil para él?.
Cansinamente, el caballero descendió de su caballo.
- Os he estado buscando - le dijo al mago - He estado perdido durante meses.
- Toda vuestra vida - le corrigió Merlín, mordiendo una zanahoria y compartiéndola con el conejo más cercano.
El caballero se enfureció.
- No he venido hasta aquí para ser insultado.
- Quizá siempre os habéis tomado la verdad como un insulto - dijo Merlín, compartiendo la zanahoria con algunos de los animales.
Al caballero tampoco le gustó mucho este comentario, pero estaba demasiado débil de hambre y sed como para subir a su caballo y marcharse. En lugar de eso, dejó caer su cuerpo envuelto en metal sobre la hierba. Merlín le miró con compasión.
- Sois muy afortunado - comentó - Estáis demasiado débil para correr.
- ¿Y eso qué quiere decir? - preguntó con brusquedad el caballero. Merlín sonrió por respuesta.
- Una persona no puede correr y aprender a la vez. Debe permanecer en un lugar durante un tiempo.
- Sólo me quedaré aquí el tiempo necesario para aprender cómo salir de esta armadura - dijo el caballero.
- Cuando hayáis aprendido eso - afirmó Merlín - nunca más tendréis que subir a vuestro caballo y partir en todas direcciones.
El caballero estaba demasiado cansado como para cuestionar esto. De alguna manera, se sentía consolado y se quedó dormido enseguida.
Cuando el caballero despertó, vio a Merlín y a los animales a su alrededor. Intentó sentarse, pero estaba demasiado débil. Merlín le tendió una copa de plata que contenía un extraño líquido.
- Bebed esto - le ordenó.
- ¿Qué es? - preguntó el caballero, mirando la copa receloso.
- ¡Estáis tan asustado! - dijo Merlín - Por supuesto, por eso os pusisteis la armadura desde el principio.
El caballero no se molestó en negarlo, pues estaba demasiado sediento.
- Está bien, lo beberé. Vertedlo por mi visera.
- No lo haré. Es demasiado valioso para desperdiciarlo.
Rompió una caña, puso un extremo en la copa y deslizó el otro por uno de los orificios de la visera del caballero.
-¡Ésta es una gran idea! - dijo el caballero.
- Yo lo llamo pajita - replicó Merlín.
- ¿Por qué?
- ¿Y por qué no?
El caballero se encogió de hombros y sorbió el líquido por la caña. Los primeros sorbos le parecieron amargos, los siguientes más agradables, y los últimos tragos fueros bastante deliciosos.
Agradecido, el caballero le devolvió la copa a Merlín.
- Deberías lanzarlo al mercado. Os haríais rico.
Merlín se limitó a sonreír.
- ¿Qué es ? - preguntó el caballero.
- Vida.
- ¿Vida?
- Sí - dijo el sabio mago. - ¿No os pareció amarga al principio y, luego, a medida que la degustabais, no la encontrabais cada vez más apetecible?.
El caballero asintió.
- Sí, los últimos sorbos resultaron deliciosos.
- Eso fue cuando empezasteis a aceptar lo que estabais bebiendo.
- ¿Estáis diciendo que la vida es buena cuando uno la acepta? - preguntó el caballero.
- ¿Acaso no es así? - replicó Merlín, levantando una ceja divertido.
- ¿Esperáis que acepte toda esta pesada armadura?.
- Ah - dijo Merlín - no nacisteis con esa armadura. Os la pusisteis vos mismo. ¿Os habéis preguntado por qué?.
- ¿Y por qué no? - replicó el caballero, irritado. En ese momento, le estaba empezando a doler la cabeza. No estaba acostumbrado a pensar de esa manera.
- Seréis capaz de pensar con mayor claridad cuando recuperéis fuerzas - dijo Merlín.
Dicho esto, el mago hizo sonar sus palmas y las ardillas, llevando nueces entre los dientes, se alinearon delante del caballero. Una por una, cada ardilla trepó al hombro del caballero, rompió y masticó una nuez, y luego empujó los pequeños trozos a través de la visera del caballero. Las liebres hicieron lo mismo con las zanahorias, y los ciervos trituraron raíces y bayas para que el caballero comiera. Este método de alimentación nunca sería aprobado por el ministerio de Sanidad, pero ¿qué otra cosa podía hacer un caballero atrapado en su armadura en medio del bosque?.
Los animales alimentaban al caballero con regularidad, y Merlín le daba a beber enormes copas de Vida con la pajita. Lentamente, el caballero se fue fortaleciendo, y comenzó a sentirse esperanzado.
Cada día le hacía la misma pregunta a Merlín:
- ¿Cuando podré salir de esta armadura? Cada día Merlín replicaba:
-¡Paciencia! Habéis llevado esa armadura durante mucho tiempo. No podéis salir de ella así como así.
Una noche, los animales y el caballero estaban oyendo al mago tocar con su laúd los últimos éxitos de los trovadores. Mientras esperaba que Merlín acabara de tocar Añoro los viejos tiempos, en que los caballeros eran valientes y las damiselas eran frías, el caballero le hizo una pregunta que tenía en mente desde hacía tiempo.
-¿Fuisteis en verdad el maestro del rey Arturo? El rostro del mago se encendió.
- Sí, yo le enseñé a Arturo - dijo.
-Pero ¿cómo podéis seguir vivo? iArturo vivió hace mucho tiempo! - exclamó el caballero.
- Pasado, presente y futuro son uno cuando estás conectado a la Fuente - replicó Merlín.
- ¿Qué es la Fuente? - preguntó el caballero.
- Es el poder misterioso e invisible que es el origen de todo.
- No entiendo - dijo el caballero.
- Eso se debe a que intentáis comprender con la mente, pero vuestra mente es limitada.
- Tengo una mente muy buena - le discutió el caballero.
- E inteligente - añadió Merlín - Ella te atrapó en esa armadura.
El caballero no pudo refutar eso. Luego recordó algo que Merlín le había dicho nada más llegar.
- Una vez me dijisteis que me había puesto esta armadura porque tenía miedo.
- ¿No es eso verdad? - respondió Merlín.
- No, la llevaba para protegerme cuando iba a la batalla.
- Y temíais que os hirieran de gravedad o que os mataran - añadió Merlín.
- ¿Acaso no lo teme todo el mundo? Merlín negó con la cabeza.
- ¿Y quién os dijo que teníais que ir a la batalla?
- Tenía que demostrar que era un caballero bueno, generoso y amoroso.
- Si realmente erais bueno, generoso y amoroso, ¿por qué teníais que demostrarlo? - preguntó Merlín.
El caballero eludió tener que pensar en eso de la misma manera que solía eludir todas las cosas: se puso a dormir.
A la mañana siguiente, despertó con un pensamiento elevado en su mente: ¿Era posible que no fuese bueno, generoso y amoroso? Decidió preguntárselo a Merlín.
- ¿Qué pensáis vos? - replicó Merlín.
- ¿Por qué siempre respondéis a una pregunta con otra pregunta?
- ¿ Y por qué siempre buscáis que otros os respondan vuestras preguntas? El caballero se marchó enfadado, maldiciendo a Merlín entre dientes.
- ¡Ese Merlín! - masculló - ¡Hay veces que realmente me saca de mi armadura!
Con un ruido seco, el caballero dejó caer su pesado cuerpo bajo un árbol para reflexionar sobre las preguntas del mago.
¿Qué pensaba en realidad?
- ¿Podría ser - dijo en voz alta a nadie en particular - que yo no fuera bueno, generoso y amoroso?
- Podría ser - dijo una vocecita - Si no ¿por qué estáis sentado sobre mi cola?
- ¿Eh? - el caballero miró hacia abajo y vio a una pequeña ardilla sentada a su lado. Es decir, a casi toda la ardilla. Su cola estaba escondida.
-¡Oh perdona! - dijo el caballero, moviendo rápidamente la pierna para que la ardilla pudiera recuperar su cola - Espero no haberte hecho daño. No veo muy bien con esta visera en mi camino.
- No lo dudo - replicó la ardilla sin ningún resentimiento en la voz - Por eso siempre estáis pidiendo disculpas a la gente por haberles hecho daño.
- La única cosa que me irrita más que un mago sabelotodo es una ardilla sabelotodo. - gruñó el caballero - No tengo por qué quedarme aquí y hablar contigo.
Luchó contra el peso de la armadura en un intento de ponerse de pie. De repente, sorprendido, balbuceó:
- ¡Eh... tu y yo estamos hablando!
- Un tributo a mi buena fe - replicó la ardilla - teniendo en cuenta que os habéis sentado sobre mi cola.
- Pero si los animales no pueden hablar - dijo el caballero.
- Oh, claro que pueden - dijo la ardilla - Lo que sucede es que la gente no escucha.
El caballero movió la cabeza perplejo.
- ¿Me has hablado antes?
- Claro, cada vez que rompía una nuez y la empujaba por vuestra visera.
- ¿Cómo es que te puedo oír ahora si no te podía oír entonces?
- Admiro una mente inquisitiva - comentó la ardilla - pero ¿nunca aceptáis nada tal como es, simplemente porque es?
- Estás respondiendo a mis preguntas con preguntas - dijo el caballero - Has pasado demasiado tiempo con Merlín.
- Y vos no habéis pasado el tiempo suficiente con él.
La ardilla le dio un ligero golpe al caballero con su cola y trepó a un árbol corriendo. El caballero la llamó.
- ¡Espera! ¿Cómo te llamas?
- Ardilla - replicó ella simplemente, y desapareció en la copa del árbol.
Aturdido, el caballero movió la cabeza. ¿Se había imaginado todo esto? En ese preciso instante, vio a Merlín acercarse.
- Merlín - dijo Tengo ganas de salir de aquí. He empezado a hablar con las ardillas.
- Espléndido - replicó el Mago. El caballero le miró preocupado.
- ¿Cómo puede ser espléndido? ¿Qué queréis decir?.
- Simplemente eso. Os estáis volviendo lo suficientemente sensible como para sentir las vibraciones de otros.
El caballero estaba obviamente confundido, así que Merlín continuó explicando:
- No hablasteis con la ardilla con palabras, sino que sentisteis sus vibraciones, y tradujisteis esas vibraciones en palabras. Estoy esperando el día en que empecéis a hablar con las flores.
- Eso será el día que las plantéis en mi tumba. iTengo que salir de estos bosques!
- ¿Adonde irías?
- Regresaría con Julieta y Cristóbal. Han estado solos durante mucho tiempo. Tengo que volver y cuidar de ellos.
- ¿Cómo podéis cuidar de ellos si ni siquiera podéis cuidar de vos mismo? - preguntó Merlín.
- Pero les echo de menos - se quejó el caballero - quiero regresar con ellos. Aún en el peor de los casos.
- Y es exactamente así como regresaréis si vais con vuestra armadura - le previno Merlín.
El caballero miró a Merlín con tristeza.
- No quiero esperar a quitarme la armadura. Quiero volver ahora y ser un marido bueno, generoso y amoroso para Julieta y un gran padre para Cristóbal.
Merlín asintió comprensivo. Le dijo al caballero que regresar para dar de sí mismo era un maravilloso regalo.
- Sin embargo - añadió - un don para ser un don, debe ser aceptado. De no ser así es como una carga para las personas.
- ¿Queréis decir que quizá no quieran que regrese? - preguntó el caballero sorprendido - Seguramente me darían otra oportunidad. Después de todo, yo soy uno de los mejores caballeros del reino.
- Quizás esta armadura sea más gruesa de lo que parece - dijo Merlín con suavidad.
El caballero reflexionó sobre esto. Recordó las eternas quejas de Julieta porque él se iba a la batalla tan a menudo, por la atención que le prestaba a su armadura, y por su visor cerrado y su costumbre de quedarse dormido para no oír las palabras. Quizá Julieta no quisiera que él volviese, pero Cristóbal sí querría.
- ¿Por qué no mandarle una nota a Cristóbal y preguntárselo? - sugirió Merlín.
El caballero estuvo de acuerdo en que era una buena idea, pero ¿cómo podía hacerle llegar una nota a Cristóbal?
Merlín señaló a la paloma que estaba posada sobre su hombro.
- Rebeca la llevará.
El caballero estaba perplejo.
- Ella no sabe donde vivo. Es sólo un estúpido pájaro.
- Puedo distinguir el norte del sur y el este del oeste - respondió secamente Rebeca - lo cual es más de lo que se podría decir de vos.
El caballero se disculpó rápidamente. Estaba completamente pasmado. No sólo había hablado con una paloma y una ardilla, sino que además las había hecho enfadar a las dos en el mismo día.
Como era un pájaro de gran corazón, Rebeca aceptó las disculpas del caballero y partió con la nota para Cristóbal en el pico.
- No arrulles con palomas extrañas o dejarás caer mi nota - le gritó el caballero.
Rebeca ignoró este comentario desconsiderado. El caballero estaba cada vez más impaciente, temiendo que hubiera caído presa de alguno de los halcones de caza que él y otros caballeros habían entrenado. Se estremeció, preguntándose cómo había podido participar en un deporte tan sucio, y se arrepintió otra vez de su horrible equivocación.
Cuando Merlín terminó de tocas su laúd y de cantar Tendrás un largo y frío invierno, si tienes un corto y frío corazón, el caballero le expresó sus preocupaciones con respecto a Rebeca.
Merlín le dio confianza con un alegre verso:
- La paloma más lista que jamás haya volado, no puede ir a parar a ningún guisado.
En ese momento, un gran parloteo se levantó entre los animales. Todos miraban al cielo, así que Merlín y el caballero miraron también. Muy alto, sobre sus cabezas, dando círculos para aterrizar, estaba Rebeca.
El caballero se puso de pie con gran esfuerzo, el tiempo que Rebeca se posaba en el hombro de Merlín. Cogiendo la nota de su pico, el mago la miró y le dijo al caballero con gravedad que era de Cristóbal.
-¡Déjamela ver! - dijo el caballero, quitándole el papel... ¡Está en blanco! Exclamó- ¿qué quiere decir esto?
- Quiere decir - dijo Merlín suavemente - que vuestro hijo no os conoce lo suficiente como para daros una respuesta.
El caballero permaneció quieto un momento, pasmado, luego lanzó un gemido y lentamente cayó al suelo. Intentó retener las lágrimas, pues los caballeros de brillante armadura simplemente no lloran. Sin embargo, pronto su pena le venció. Luego, exhausto y medio ahogado en su yelmo por las lágrimas, el caballero se quedó dormido.