jueves, 29 de julio de 2010

El contador de historias, de Rabih Alameddine

Para este verano he dejado la lectura de las más de seiscientas páginas de El contador de historias de Rabih Alameddine. Tiene como hilo conductor el hecho de que en 2003, Osama al-Kharrat regresa a Beirut, tras muchos años en Estados Unidos, para visitar a su padre agonizante. Allí entra de nuevo en contacto con su infancia, con la traumática guerra contra Israel, pero sobre todo con la figura de su abuelo, un hakawati o contador de historias profesional. Sus historias se mezclan con cuentos tradicionales del Medio Oriente reimaginados, desde Abraham e Isaac hasta Fátima.



En el libro se van mezclando, superponiéndose tres planos, la historia de Osama, el relato de Fátima y el de Baybars. Se trata de narraciones que pertenecen al mundo de lo fantástico, de lo increíble, como corresponde a la esencia de un buen contador de historias.

Esta novela es un cuento de cuentos, la literatura dentro de la literatura, la historia reinventada y recontada para que se incardine en la fantasía de la narración cuentística, de tal manera que haga más cercana y real la historia principal del libanés Osama.

Lectura refrescante y muy recomendable.

martes, 13 de julio de 2010

Yo también me emocioné...

Sí, ayer yo también levanté los brazos y la voz para gritar mi alegría por el gol que marcó Iniesta. Y lo digo a boca llena.
Ha sido una experiencia única y difícil de repetir. Emoción y satisfacción.
Por fin ha triunfado el mundo de los chiquititos, de los humildes, de esos que antes iban siempre de víctimas. Era ya un tópico decir que la selección española "jugaba como nunca y perdía como siempre".
Esa racha se ha truncado por fin. Ahora tenemos una generación de peloteros que es capaz de jugar sin complejos con las mejores selecciones del mundo, con esas que tienen un nombre consagrado por años de victorias; esos equipos ahora prefieren no encontrarse en su camino con los Xavi, Iniesta, Casillas, Sergio Ramos, Xabi Alonso, etc...
Y es que por encima de todas las cosas ha ganado el equipo de la gente normal, de la gente humilde, de los que no se las dan de divos ni de gente importante, que no avasallan con sus palabras, porque donde hablan es en una alfombra verde de una hectárea. Y ahí sí que se atreven a hablar alto; gritan pasando la pelota al compañero en el momento justo y al lugar adecuado, dando sensación de cohesión, de equipo unido, que se divierte jugando y que hace lo que tiene que hacer, crear, combinar y llegar a la portería contraria. Trabajando como una orquesta bien afinada.
Y su director, Vicente del Bosque, un hombre humilde, serio y responsable, que no habla para no molestar; siempre comedido, nunca un mal gesto ni una mala palabra para el rival o para el que no tiene su día.
El fútbol es una emoción. Y eso es lo que viví ayer y lo que he podido constatar hoy por las calles de Madrid. Y esa emoción ha estado contenida durante más de un mes en todas las calles de todas las ciudades y pueblos de España. Jamás los españoles, durante los decenios de democracia, se han atrevido a hacer manifestación de españolismo enarbolando su bandera en terrazas y balcones, como lo han hecho estos días, por miedo a ser tildados de fachas. La selección de fútbol ha pasado por encima de esa politiquería de tres al cuarto, y ha normalizado el lenguaje de la bandera en esta España tan maniquea.
Y es eso, la naturalidad, el triunfo de lo normal lo que más me ha gustado de todo esto. ¿O no es normal que tu novia te haga una entrevista cuando acabas de ganar el título mundial, y cuando te pregunta cómo te sientes, tu reacción sea darle un beso en los morros? Así es Casillas, y así son todos los jugadores de esta selección, que han dejado en lo más alto el nombre de España.